viernes, 5 de noviembre de 2010

PUSHKAR - Enjoy the silence

El viaje hasta Pushkar fue pan comido, apenas tres horas en un bus confortable y curiosamente medio vacío. Igualmente sencillo fue encontrar un alojamiento confortable, de arquitectura tradicional y auténtico sabor indio para los siguientes cuatro días. Era hora de parar para descansar.


Esta peculiar ciudad es una de las más antiguas de India, y se articula en torno a un lago sagrado. De hecho aquí se arrojaron las cenizas de Gandhi y es una especie de Meca para los hindúes. Además cuenta con uno de los pocos templos en honor a Brahma, dios responsable por la creación del mundo según el hinduismo.


Tuvimos suerte, y nuestra estancia coincidió con un importante festival religioso. Aunque a estas alturas del viaje ya no sabíamos si era suerte, o es que las festividades religiosas en este país se suceden sin parar una tras otra debido al sinnúmero de dioses y divinidades que forman parte del credo hinduista. La ciudad estaba repleta de peregrinos que llegaban de todas partes de India ofreciendo un verdadero espectáculo de color.


Era curioso ver desembarcar a grandes grupos familiares, podríamos decir que aldeas completas. Cargaban con sus escasos enseres de viaje, y algunos víveres para los días que allí pasarían. La mayor parte de ellos procedentes de regiones rurales, y rápidamente identificables por sus atuendos y sus procesiones en grupo. Delante caminaban los hombres, vestidos de blanco, con turbantes de colores chillones e inconfundibles mostachos. Detrás el resto del grupo familiar, mujeres con coloridos saris, y niños y niñas de diferentes edades.

Desde la calle que circunda el lago, era posible acceder a los ghats y escalinatas que conducen hasta las aguas sagradas para la purificación a través del baño. Allí los devotos siguen rituales similares a los que observamos en Varanasi, aunque también es posible encontrar busca vidas que tratan de sacar algunas rupias. Con la excusa de que es un lugar sagrado intentan forzarte a realizar ofrendas que debes pagar a precio de oro, o por el contrario te amenazan en tono bastante agresivo con las peores desgracias familiares etc. "Bad karma" le respondimos a uno de estos caraduras que nos levantó la voz por negarnos a caer en su armadilla para turistas. Salvo el juego de cintura del cuál tuvimos que hacer uso para zafarnos de los falsos sacerdotes y liantes varios, los días en Pushkar transcurrieron en paz y fueron de lo más tranquilos. Nos dedicamos a pasear de aquí para allá, a saborear las especialidades vegetarianas propias de un lugar sagrado, a regatear con los comerciantes de suvenires por baratijas. Después de tres días en la ciudad ya nos saludaban al pasar como si fuéramos vecinos del barrio.


Es gracioso como con apenas este tiempo se supera el estatus de visitante, y ya no insisten tanto para que entres a su local. O a lo mejor es que sabían que no éramos de los occidentales que abre la cartera a la primera de cambio, y no merecíamos siquiera el esfuerzo de atraer nuestra atención. Pero sin lugar a dudas lo que más nos impresionó fueron las celestiales puestas de sol al borde del lago. Durante los minutos que el sol caía, nuestros pensamientos se relajaban y nos fundíamos en la vida de aquel lugar. Podríamos haber repetido el mismo ritual un día tras otro sin saber cuándo nos cansaríamos, tan sólo por disfrutar de aquella visión, de aquel silencio.






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